martes, 13 de noviembre de 2012

Muchos de nuestros cursos fluviales se encuentran muy deteriorados por acción humana. Todos los elementos del sistema fluvial sufren los efectos de las presiones, pero los elementos hidromorfológicos no solo sufren con elevada intensidad dichos efectos, sino que además están sometidos a una generalizada ausencia de conocimiento, sensibilidad y valoración por parte de la sociedad y de los propios gestores del territorio, lo cual los convierte en más vulnerables. Es un hecho que el agua y los sedimentos, como elementos simples, no gozan de la misma valoración que los seres vivos, por lo que muchas veces no preocupa en absoluto actuar de forma indiscriminada en su perjuicio. Esto constituye un gravísimo error, no ya solo por el valor intrínseco indudable que agua y sedimentos tienen, sino además porque agua y sedimentos son las variables clave en el funcionamiento fluvial, y de ellas, de su buen estado, dependen todas las demás, y especialmente los seres vivos. Lamentablemente, ni siquiera un documento avanzado como la Directiva Marco Europea del Agua otorga a los elementos hidromorfológicos el valor clave que tienen.
Las alteraciones hidrogeomorfológicas de los ríos tienen su origen en un desarrollo socioeconómico asentado en actividades que consumen agua, sedimentos (“áridos”) y territorio (espacio fluvial), y en una sociedad que prefiere vivir junto a los ríos en situaciones de riesgo exigiendo seguridad frente a inundaciones y estabilidad frente a la dinámica fluvial, una sociedad además inmersa en modas y modelos urbanos que la alejan de los valores de naturalidad (es muy significativo, por ejemplo, el desprecio social por las gravas a la vista y los cauces secos). Esto implica una demanda continua y creciente de actuaciones sobre los cauces, generalmente “duras” por creerlas más eficientes y rápidas, ejecutadas con una despreocupación absoluta hacia las funciones y funcionamientos geomorfológicos. Y las administraciones competentes se muestran habitualmente favorables a estas demandas. El resultado es el deterioro creciente, en muchos tramos irreversible, de estos sistemas naturales.
Los impactos hidromorfológicos de nuestros ríos modifican los caudales hídricos y sólidos y alteran tanto los procesos como las formas, manifestándose en ocasiones diferidos en el tiempo. Las principales alteraciones pueden clasificarse en cinco grandes grupos:
a) Impactos causados por desnaturalización hidrológica. Los embalses producen graves alteraciones al reducir caudales por derivaciones y por incremento de la evaporación desde su vaso, al modificar el régimen hidrológico aguas abajo regularizándolo y al reducir el número de crecidas ordinarias. Al modificarse el caudal cambia la potencia y competencia de la corriente y con ello se modifican los procesos de erosión, transporte y sedimentación, adaptándose a la nueva situación la morfología y las dimensiones del cauce. Los casos más extremos corresponden a los cortocircuitos hidroeléctricos en los que quedan prácticamente en seco tramos fluviales que pierden totalmente su dinámica geomorfológica, convirtiéndose en cauces fosilizados, incapaces de movilizar los sedimentos.
b)  Impactos generados por reducción de flujos sedimentarios, retenidos por presas, vados, vías de comunicación, etc. El déficit sedimentario origina fundamentalmente incisión, y también cambios en la forma general del cauce, siendo responsable de tendencias como la desaparición de los cauces trenzados y su sustitución por cauces únicos. En ríos sinuosos y meandriformes el déficit de sedimentos provoca también incisión, pero acompañada de incremento de la sinuosidad, que se explica principalmente por la colonización y maduración vegetal de los lóbulos de meandro. Así, las barras de sedimentos no son ya movilizadas, mientras la vegetación que las coloniza conduce el flujo contra las márgenes cóncavas incrementando su erosión.
c) Impactos debidos a la reducción funcional de la llanura de inundación, cuya función laminadora y de disipación de energía es alterada por infraestructuras y usos del suelo que modifican su morfología y su funcionalidad. Los diques o motas evitan parcialmente los flujos desbordados, pero aumentan la velocidad de la corriente, acelerando los procesos de erosión lineal y lateral e incrementando la peligrosidad aguas abajo, en la margen opuesta o allí donde la crecida rompa la defensa. También favorecen que la crecida se transmita rápidamente a través del freático, inundándose espacios alejados del cauce menor. En la fase de descenso de caudal se acumulan los sedimentos en el propio cauce, ya que la decantación sobre la llanura de inundación ha sido imposibilitada al evitarse el desbordamiento. En consecuencia, hay modificaciones en forma, granulometría y distribución de los depósitos sedimentarios tanto en el lecho como en las márgenes. En los puntos en los que haya cedido la defensa rompiéndose se originarán fuertes socavaciones por entrada brusca de agua en la llanura de inundación, así como pequeños abanicos de sedimentos caóticos. Este tipo de procesos puede registrarse también aguas abajo allí donde la corriente alcance un sector no defendido.
d) Impactos por acciones directas (canalizaciones, defensas, dragados, extracciones) sobre la forma del cauce, fondo y márgenes. Sus efectos son muy intensos localmente, con importantes repercusiones también aguas abajo que se manifiestan en el tiempo con bastante celeridad. Los dragados y extracciones también repercuten aguas arriba por erosión remontante. La pérdida de naturalidad en un cauce es una pérdida de patrimonio natural y de geodiversidad, poniéndose en peligro la dinámica fluvial y el buen estado ecológico. Generalmente se tiende a reducir la complejidad natural del trazado, transformando el cauce en un simple canal de desagüe. Ello implica un incremento de la pendiente y de los procesos de incisión en el fondo del lecho. Los sedimentos se evacuan con facilidad por el centro del canal, pero pueden quedar colgados depósitos laterales. Pueden registrarse cambios importantes en la ubicación de la sucesión de resaltes y pozas. En general, el constreñimiento de la dinámica lateral provoca incrementos en la longitudinal y vertical, con efectos de incisión. Sin embargo, en tramos fluviales con tendencia a la acreción o colmatación, se ha observado que esta tendencia suele acentuarse al ser constreñidos por las defensas, ya que la corriente tiende a sedimentar y se ve forzada a hacerlo en menor espacio, elevándose el cauce.
e) Impactos por deterioro de la continuidad, anchura, estructura, naturalidad y conectividad del corredor ribereño. En general, la dinámica geomorfológica se acrecienta si se deteriora la vegetación ribereña. Las aguas desbordadas penetran con mayor facilidad abriendo canales de crecida y generando depósitos de material grueso y escarpes dentro del corredor. Si no hay vegetación los materiales finos se sedimentan con mayor dificultad, incrementándose la turbidez de la corriente. Se aceleran los procesos de erosión en las orillas. El deterioro vegetal puede favorecer que troncos y ramas se incorporen a la corriente e intervengan en los procesos de sedimentación.
Estas alteraciones puedes ser diagnosticadas y evaluadas y puede llevarse a cabo un seguimiento de sus efectos a través de protocolos de observación geomorfológica e índices.

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